jueves, 21 de febrero de 2019

Mujeres del Malí salvan a sus hijos durante la sequía

Antonia y Ana Maria Ygeño con dos Padres Blancos en el Malí
Estuve en Mali 48 años. Una buena parte de esos años los pasé en Mandjakui. Las hermanas se ocupaban de un Centro de bordado tunecino al que acudían mujeres analfabetas. Era una manera de darles no solo la formación al bordado, sino una formación general que les sirviera en su vida: cómo cuidar de los niños y de la familia, alimentación, higiene, salud, leer, escribir, etc.
Dos episodios de sequía fueron especialmente severos y largos, el de 1972 y 1973 y el de los años 1982 a 1984. al comienzo de “la gran sequia” (1972 – 1974), cuando los graneros empezaron a vaciarse, los hombres se marcharon de los pueblos para ir a buscar trabajo, y no ser una “boca mas” para alimentar. No era una escapatoria, pues son muy trabajadores, sino una estrategia de sobrevivencia. En el pueblo se quedaron sólo las mujeres con los niños. Gracias a lo que ganaban en el Centro al vender sus trabajos, pudieron sobrevivir. Compraban comida para que los hijos comieran lo mínimo y pagaban la escuela. Consiguieron sacar adelante a los hijos con el fruto de su trabajo.
Son mujeres muy valientes e inteligentes. Llegaban a hacer un trabajo extraordinario, bordados con gran perfección. Durante el tiempo en que estuvieron solas, viendo como a pesar de grandes dificultades, conseguían que sus hijos y ellas comieran aunque fuera lo mínimo y que pudieran continuar en la escuela. Estaban orgullosas de lo que eran capaces de hacer. Eso les dio seguridad. Se valoraban mucho mas y su autoestima aumentó, aunque ellas no lo llamaban así, pero se veía y se sentía.
Cuando al cabo de dos años comenzó a llover, los hombres volvieron. Estaban en admiración delante de sus mujeres, al ver como en tiempos de dificultad habían sido capaces de sobrepasar las dificultades y que gracias a ellas sus hijos habían podido sobrevivir. Eso les hizo valorarlas más. La admiración en los hombres les daba dignidad y reconocimiento. Aunque al ser cristianos las relaciones entre hombres y mujeres son bastantes buenas, a partir de ese momento la mujer se vio mucho mas libre y tratada con mas igualdad. Ellas se sintieron capaces de luchar por la supervivencia de los suyos y fueron reconocidas en ese esfuerzo.
No solo estábamos en la ciudad, sino que íbamos a visitar a las mujeres en los pueblos. A veces nos quedábamos  dormir en los pueblos. En una región me solía quedar a dormir en casa de una señora, en la estera y comía lo que ella o las otras mujeres cocinaban. ¡Para ellas el acogerme y recibirme era una alegría muy grande! Lo único que yo hacía era dejarme acoger por ella. Cuando murió mi madre hizo 60 km a pie para venir a saludarme. Le dije ¿por qué te molestas? Me dijo “Porque la amistad es lo más bonito y lo mejor que existe en el mundo”. Yo no había hecho nada para merecerlo, solo recibir lo que ella me ofrecía… y eso me hacia recibir muchísimo… Podemos pasarnos de muchas cosas, pero no de querer y ser queridos y ahí lo he vivido a fondo.
Mi contacto con todas las mujeres en los distintos sitios del Mali donde he vivido, ha sido magnifico. Acogía lo que ellas me ofrecían en su pobreza y el poder compartir lo poco que tenían y el ver que yo lo aceptaba con gusto les llenaba de alegría. . Eso les alegraba poder compartirlo y ver que yo lo aceptaba con gusto.
Son  muy agradecidas. Quiero a las mujeres y ellas lo saben. El aceptar lo que ellas me ofrecían, nos permitía tener un contacto de cariño y de amistad extraordinario.
En el barrio de Kalabankura, en Bamako las hermanas tenemos un Centro para chicas que no han ido a la escuela. La mayoría eran musulmanes y se les daba una formación general con costura y confección, pero también hacían el tinte de las telas, jabon y diferentes actividades.
Un día, un centro muy importante que trabaja para la exportación de vestidos nos pidió que le enviáramos chicas para trabajar allí. Fueron las mejores. Eso les permitía tener un salario fijo. Cuando recibieron el primer salario, nunca habían tenido tanto dinero junto. Me llamaron todas para darme las gracias por todo lo que les había dado ayudándoles en su formación.
Otra chica gracias a la alfabetización recibida en el Centro pudo continuar sus estudios de enfermera. Su graduación fue una alegría muy grande para todas las hermanas que hemos pasado por ahí y que conocían a la chica.
Antonia Agreda

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