lunes, 11 de marzo de 2019

En los campos de refugiados de Burundi


Refugiados y desplazados internos huyen de la guerra.
Tras la guerra civil que se extendió a todo el Ruanda, tras los asesinatos de su presidente, junto con el de Burundi, más de 2 millones de personas huyeron  a los países vecinos: R.D. del Congo, Burundi y Kenia. Las hermanas también tuvimos que huir, a pesar del deseo de algunas de quedarnos con la gente que sufría. Fuimos a Bélgica donde hicimos una sesión para ayudarnos a rehacernos de los traumas vividos las últimas semanas. Después yo continué a España.
Yo quería volver a Africa para ir a trabajar a los campos de refugiados. Lo pedí a las superioras y me lo concedieron. Otras hermanas habían ido también a los campos, pero habían durado muy poco debido a las condiciones tan difíciles.
En julio de 1994 eran ya más de 2 millones los refugiados ruandeses que habían huido de su país. Iban al país más cercano. Numerosos de estos refugiados huyeron al Burundi, un país hermano pero muy pobre. Su presencia masiva y la llegada continua de nuevos refugiados ocasionó muchos problemas al ACNUR ya que grupos armados atacaban los campos para hacer huir a los refugiados.
Cuando a principios de 1995 la situación se estabilizó un poco en Ruanda volví a Butare. Allí pude constatar el saqueo que había sufrido nuestra casa, como la de la mayoría de los hogares de los que habían dejado el país. Todos los días veía a grupos de refugiados que pasaban por Butare, camino del Burundi cercano, distante tan solo unos 30 km. Se quedaban cerca de la frontera, ya que no había nada preparado para ellos. Mi deseo de serles útil aumentaba. Algunos refugiados nos pidieron que fuéramos a Burundi para ayudarles, donde tenían muchas dificultades a causa de los grupos armados que no querían acogerles.
Los jesuitas  habían trabajado por años con los desplazados internos burundeses. En cuanto una paz relativa se estableció en la región, el Servicio de Refugiados de los jesuitas (SRJ) se dedicó a la acogida e integración de los más de 500.000 refugiados ruandeses procedentes del Ruanda y de la Republica Democrática del Congo. Un grupo de religiosas nos unimos a ellos. Formamos un equipo de 3 Franciscanas misioneras de Maria, originarias de distintos países, y yo, Misionera de Ntra Sra de Africa, española. Eramos parte del Servicio de Refugiados de los jesuitas (SRJ)
Primero fui yo sola del equipo para ver la situación en un campo de refugiados cerca de Murore, donde había una comunidad de religiosas belgas, que aceptaron que nos alojaramos en su casa. Tenía que avisar al resto del equipo de hermanas si podían venir o no. Estaba contenta de estar allí, pero me preguntaba: “lo he deseado y me lo han concedido, pero ¿qué voy a hacer aquí?” Formabamos parte del equipo mas amplio de JRS y era un campo del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR). En  Murore estuvimos solo dos meses porque al llegar numerosas ONGs para ayudar, grupos armados atacaban  y espantaban a tiros a los refugiados que tenían que huir de nuevo a zonas más seguras. Lo mismo hacíamos nosotras, aunque normalmente donde estaba el JRS no disparaban.
Las otras religiosas eran enfermeras y curaban en los hospitales. Yo no soy enfermera y no podía curar. Veía como otras ONG distribuían alimentos, curaban, etc. Yo me decía “¿qué puedo hacer yo? Sabía que habían vivido cosas terribles, inhumanas, un sufrimiento atroz… Estaban profundamente heridas, se rebelaban ante lo que les había pasado, ante la muerte de seres queridos… En el corazón de muchas solo había odio, deseo de venganza… Pensé que el hacer un trabajo manual que les pidiera atención les obligaría a no pensar en lo que habían vivido, a centrarse en el aquí y ahora…
Entonces pensé: Sé el kinyaruanda, me acerco fácilmente a la gente. Vi que había muchas mujeres con niños. Pensé “a las mujeres les gusta que su familia y ellas mismas vayan bien vestidos” Entonces dije “Voy a ocuparme a hacer vestidos e invitar a las mujeres que quieran hacer como yo.” Empecé con algo muy sencillo camisitas para niños pequeños. Eran fáciles de hacer, necesitaban poca tela y podía preparar unas cuantas para que las hagan las mujeres. No tenía nada: ni local, ni medios… Me preguntaba ¿Qué voy a hacer? Cuando tuve tela e hilo, Me senté en medio de una calle y me puse a coser una camiseta. Tan pronto como empecé una mujer me preguntó: “Que haces?” Le respondí: “Una camiseta para niño, ¿te interesa?” “ Si” me respondió” “¿Quieres coser tu también?” le dije. Me dijo “si”. Entró en su tienda de plástico, sacó una estera de paja, la puso en el suelo contra su tienda y allí estuvimos cosiendo las dos. El hablar su lengua me facilitaba el poder hablar con todas las mujeres, y decirles lo que tenían que hacer, pues algunas no sabían francés…   Al poco rato llegó otra, y hubo un dialogo semejante. Al final del día eramos 14 en el grupo. A la hora de comer dije: “Por hoy ya hemos cosido bastante”. Cada una puso su nombre en un papel que cosimos en un rincón de la camisita, recogí todo y nos marchamos. Al dia siguiente volvimos eramos 30!  Cuando los jesuitas vieron que había 30 dijeron: “comencemos un taller de costura con maquinas”. Al dia siguiente pedimos a las nuevas que esperaran a que tuvieramos el taller, pues en la calle el trabajo era ya difícil con un grupo tan grande. Al cabo de una semana un taller de madera y paja estaba preparado! Tenia 3 habitaciones: una para recibir, una coser, una para guardar el material. Pusimos maquinas, y ¡podían venir tantas como quisieran!
De camisitas pasamos a vestidos, pantalones de niño, uniformes, vestidos de mujer, etc… Les enseñaba a coser a mano. Coser parece muy inocente, pero poco a poco la costura iba cambiando a las mujeres. La costura les exigía mucha atención para hacer a mano los pespuntes por las líneas que yo había dibujado en su prenda… Mientras cosían no podían pensar en lo mal que les había ido, en lo que había sucedido, en la venganza que planeaban… Están pensando en el vestido, en la puntada que tienen que dar siguiendo la línea. Ya tienen una distracción. Su mentalidad cambia. El coser, es un proyecto, les abre a un futuro diferente, les da esperanza porque están contentas de realizar algo útil, que además les gusta…
Poco a poco iban haciendo prendas para los niños y hasta para sus maridos…. Cuando habían terminado una prenda la vendían. Se sentían útiles y eso les hacia estar orgullosas de ellas mismas, su autoestima crecía y sus maridos les apreciaban y las respetaban. Las que aprendían mas rápido, pasaban a coser a maquina… Así empezamos a hacer uniformes para los chicos y chicas que iban al colegio que los jesuitas tenían en el mismo campo. Cuando las mujeres habían cosido ya varios uniformes iban al mercado para venderlos y como eran de tela nueva y buena eran muy apreciados. Empecé también un taller de punto para hacer jerseys. Hacían también los jerseys de los uniformes.
 ¡El trabajo les estaba salvando! Se sentían útiles. Al estar ocupadas, los pensamientos se hacen más pacíficos. Estaban contentas y venían con ilusión al taller. Todas querían venir. Invité también a la gente del pueblo para que los que quisieran vinieran al taller. Los que eran sastres y modistas podían venir y hacer uniformes u otra cosa. Los jesuitas que recibían muchos dones para los campos de refugiados compraron maquinas de coser y que nos llegaban repletas de ropa que también vendían en el mercado. A veces recibíamos vestidos para los refugiados. Hacíamos una distribución para que las mujeres pudieran vestir a la familia. Se sentían tan orgullosas cuando veian a sus hijos y a ellas mismas bien vestidos. Eso contribuía también a su auto-estima.
Viendo lo sencillo que fue organizar el taller de costura, otros se animaron y otros talleres fueron surgiendo. Preguntábamos ¿quien sabe hacer cestos con sisal??? Tarjetas??? El ó la que sabía hacer algo tomaba la iniciativa de decirlo al equipo e iniciaba un nuevo taller. Los hombres empezaron un taller de carpintería. Había otro de cestos de sisal. Yo empecé un taller para los niños para hacer tarjetas postales con corteza de plátano o dibujando. Como ellos no podían salir del campo, los animadores íbamos a buscar los sisales. Ellos luego los golpeaban para sacar las cuerdas y las preparaban para hacer los cestos. Al trabajar juntas, se van conociendo y entablando amistades, o conociéndose mejor aunque procedieran de regiones distintas. Colaboraban entre ellas. Se enseñaban las unas a las otras. A pesar de lo que habían vivido y sufrido, tenían ganas de reír, de estar juntas…  En algún rato de descanso, en las fiestas comprábamos buñuelos y se les daba un postre o un café especial para festejar el dia.
Mientras cosían charlábamos y a veces teníamos grandes conversaciones y nos hicimos amigas. ¡Yo era muy feliz! Estuve 2 años y medio en distintos campos de refugiados, haciendo cosas similares. Los campos por los que pasamos, se iban acercando mas  a Ruanda, pues en Burundi la tensión también iba creciendo. Tanzania decidió cerrar sus fronteras en enero de 1996 a los refugiados ruandeses que huían de los combates de Burundi, donde echar a los refugiados era uno de los objetivos. En julio de 1996 Burundi forzó la repatriación de cerca de 15,000 refugiados ruandeses. Eso nos hizo cambiar de sitio varias veces.
El ultimo campo de refugiados en el que estuve en 1997 en el Noroeste del Burundi, más cerca de Ruanda y del Lago del Norte, había 37.000 refugiados.
Los hombres sabían el francés y algunos nos apreciaban mucho . Gracias a vosotros que estais aquí (al equipo de JRS, religiosos y religiosas). Los del país nos decían “no traigáis extranjeros y solo cogían a los burundeses).
Trinidad Castro (HMNSA)

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