jueves, 20 de julio de 2017

ENLAZARNOS CON LA JUSTICIA CON TODA NUESTRA CORPORALIDAD

 Campaña Enlazate por la Justicia

Me gusta el verbo “enlazarse” y me parece una buena traducción para el verbo hebreo dabaq que significa estar adherido, pegarse, aferrarse, unirse, arrimarse... Pruebo a traducir así algunos textos bíblicos y adquieren un sentido nuevo: “Como un cinturón se enlaza a la cintura de un hombre, así había yo hecho que se enlazara a mí toda la casa de Israel para que fuera mi pueblo, mi renombre, mi honor y mi gloria..." (Jer. 13 ,11). También nos ayuda a entender mejor la actitud que el Señor espera de su pueblo: "Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voluntad y enlazándote con él, pues él es tu vida." (Dt. 30,19).
Buscando en el Evangelio personajes “enlazados”, el primero que viene a mi memoria es el samaritano de la parábola en su “enlazarse” con el hombre medio muerto del camino.

Recordemos la escena: el realismo lúcido del autor no ahorra sus tonos sombríos: un asalto de bandidos, un hombre despojado, derribado y medio muerto y dos transeúntes "cualificados" que pasan de largo (y nos resulta inevitable recordar el bandidaje de nuestro mundo, sus víctimas olvidadas en los márgenes de la exclusión, la indiferencia de quienes pasan o pasamos yendo afanosamente a nuestros propios asuntos, la agresión continuada que sufre el planeta, etc.).

Y cuando la historia se obstinaba en hacernos creer que el mal constituye la última palabra de las cosas y que la situación es fatalmente irremediable, aparece otra figura en el horizonte, precedida de una pequeña marca gramatical que nos pone en vilo: "pero un samaritano...". ¿De dónde procede y qué pretende la "disidencia" introducida por ese "pero"? nos preguntamos ¿qué fuerza de oposición puede representar en medio de un mundo que no parece emitir más señales que las del frenesí posesivo, la obsesión por el propio cuidado y una inconsciencia satisfecha, mientras que pueblos enteros se desploman en silencio? Ese pequeño "pero" ¿no nos está comunicando algo de cómo mira Jesús la historia y de su terca esperanza que ve emerger en ella una poderosa aunque en apariencia débil fuerza de resistencia?

Porque, en medio de tantos signos de muerte, el Samaritano que entra en escena no parece poseer muchos recursos, no pertenece a ningún centro de poder que lo respalde y le garantice prestigio o influencia; es extranjero, viaja solo y no cuenta más que con su alforja y su montura, pero tiene la mirada al acecho y allá adentro, su corazón ha vibrado al ritmo de Otro y todo él va a correr el riesgo de enlazarse con el caído.
Y hace el gesto mínimo e inmenso de aproximarse al hombre abatido (¿o es también el planeta herido?). Cuando otros lo han esquivado, sin dejar que les hiciera mella dejarlo atrás, él se siente afectado y responsable de su desamparo. La urgencia de tenderle la mano pospone todos sus proyectos e interrumpe su itinerario. La inquietud por la vida amenazada del otro predomina sobre sus propios planes y hace emerger lo mejor de su humanidad: un yo desembarazado de sí mismo. Es un extranjero al que ningún parentesco ni solidaridad étnica obligaba a atender a otro, pero que se ha detenido a socorrerle; es un viajero que ha descendido de su cabalgadura, ha cambiado su itinerario y se ha arrodillado junto a otro hombre enlazando su propia suerte con la suya.

¿Y si en ese gesto de pura alteridad se encerrara el secreto de la identidad cristiana más honda? Ser en medio del mundo un signo que contesta el acrecentamiento del tener, una presencia que afirma el valor y la dignidad de los más pequeños, la preocupación efectiva por cuidar de la Casa Común. Ínfima piedrecita de tropiezo en el campo de la lógica neoliberal, soñadores con los pies en la tierra, empeñados en mantener una relación esperanzada y no resignada con la realidad, capaces de descubrir posibilidades viables de transformación y de imaginar el "otro mundo posible".

Por eso importa tanto que nos preguntemos qué miran nuestros ojos: qué leemos, a qué fuentes de información acudimos, en qué tipo de personas nos fijamos, qué programas de TV preferimos...; por nuestros oídos: qué voces, opiniones y juicios tienen más influencia en nosotros, de qué medio social proceden, desde qué experiencia hablan...; por nuestros pies: qué lugares frecuentan, a quienes visitan, dónde se detienen, de dónde escapan...; por nuestras manos: para quienes trabajan, a quiénes sirven, con qué situaciones contactan...; por nuestro corazón: hacia quiénes se inclina, por quiénes se conmueve, por qué causas se apasiona...
Porque son esos comportamientos cotidianos y sencillos los que pueden verificar si nuestras vidas están también, como la del samaritano, en camino de enlazarse con la justicia.
Dolores Aleixandre - Teóloga

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