Campaña Enlazate por la Justicia
Me gusta el verbo “enlazarse” y me parece una buena
traducción para el verbo hebreo dabaq que significa estar adherido, pegarse,
aferrarse, unirse, arrimarse... Pruebo a traducir así algunos textos bíblicos y
adquieren un sentido nuevo: “Como un cinturón se enlaza a la cintura de un
hombre, así había yo hecho que se enlazara a mí toda la casa de Israel para que
fuera mi pueblo, mi renombre, mi honor y mi gloria..." (Jer. 13 ,11).
También nos ayuda a entender mejor la actitud que el Señor espera de su pueblo:
"Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios,
escuchando su voluntad y enlazándote con él, pues él es tu vida." (Dt.
30,19).
Buscando en el Evangelio personajes “enlazados”, el primero
que viene a mi memoria es el samaritano de la parábola en su “enlazarse” con el
hombre medio muerto del camino.
Recordemos la escena: el realismo lúcido del autor no ahorra
sus tonos sombríos: un asalto de bandidos, un hombre despojado, derribado y
medio muerto y dos transeúntes "cualificados" que pasan de largo (y
nos resulta inevitable recordar el bandidaje de nuestro mundo, sus víctimas
olvidadas en los márgenes de la exclusión, la indiferencia de quienes pasan o
pasamos yendo afanosamente a nuestros propios asuntos, la agresión continuada
que sufre el planeta, etc.).
Y cuando la historia se obstinaba en hacernos creer que el
mal constituye la última palabra de las cosas y que la situación es fatalmente
irremediable, aparece otra figura en el horizonte, precedida de una pequeña
marca gramatical que nos pone en vilo: "pero un samaritano...". ¿De
dónde procede y qué pretende la "disidencia" introducida por ese
"pero"? nos preguntamos ¿qué fuerza de oposición puede representar en
medio de un mundo que no parece emitir más señales que las del frenesí
posesivo, la obsesión por el propio cuidado y una inconsciencia satisfecha,
mientras que pueblos enteros se desploman en silencio? Ese pequeño
"pero" ¿no nos está comunicando algo de cómo mira Jesús la historia y
de su terca esperanza que ve emerger en ella una poderosa aunque en apariencia
débil fuerza de resistencia?
Porque, en medio de tantos signos de muerte,
el Samaritano que entra en escena no parece poseer muchos recursos, no
pertenece a ningún centro de poder que lo respalde y le garantice prestigio o
influencia; es extranjero, viaja solo y no cuenta más que con su alforja y su
montura, pero tiene la mirada al acecho y allá adentro, su corazón ha vibrado
al ritmo de Otro y todo él va a correr el riesgo de enlazarse con el caído.
Y hace el gesto mínimo e inmenso de aproximarse al hombre
abatido (¿o es también el planeta herido?). Cuando otros lo han esquivado, sin
dejar que les hiciera mella dejarlo atrás, él se siente afectado y responsable
de su desamparo. La urgencia de tenderle la mano pospone todos sus proyectos e
interrumpe su itinerario. La inquietud por la vida amenazada del otro predomina
sobre sus propios planes y hace emerger lo mejor de su humanidad: un yo
desembarazado de sí mismo. Es un extranjero al que ningún parentesco ni
solidaridad étnica obligaba a atender a otro, pero que se ha detenido a
socorrerle; es un viajero que ha descendido de su cabalgadura, ha cambiado su
itinerario y se ha arrodillado junto a otro hombre enlazando su propia suerte
con la suya.
¿Y si en ese gesto de pura alteridad se encerrara el secreto
de la identidad cristiana más honda? Ser en medio del mundo un signo que
contesta el acrecentamiento del tener, una presencia que afirma el valor y la
dignidad de los más pequeños, la preocupación efectiva por cuidar de la Casa
Común. Ínfima piedrecita de tropiezo en el campo de la lógica neoliberal,
soñadores con los pies en la tierra, empeñados en mantener una relación
esperanzada y no resignada con la realidad, capaces de descubrir posibilidades
viables de transformación y de imaginar el "otro mundo posible".
Por eso importa tanto que nos preguntemos qué miran nuestros
ojos: qué leemos, a qué fuentes de información acudimos, en qué tipo de
personas nos fijamos, qué programas de TV preferimos...; por nuestros oídos:
qué voces, opiniones y juicios tienen más influencia en nosotros, de qué medio
social proceden, desde qué experiencia hablan...; por nuestros pies: qué
lugares frecuentan, a quienes visitan, dónde se detienen, de dónde escapan...;
por nuestras manos: para quienes trabajan, a quiénes sirven, con qué
situaciones contactan...; por nuestro corazón: hacia quiénes se inclina, por
quiénes se conmueve, por qué causas se apasiona...
Porque son esos comportamientos cotidianos y sencillos los
que pueden verificar si nuestras vidas están también, como la del samaritano,
en camino de enlazarse con la justicia.
Dolores Aleixandre - Teóloga
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