miércoles, 26 de junio de 2019

Acompañando a las Hermanas de Ntra. Sra. del Lago


Carmen García Sedeño con las hermanas de Bam
En 1979 fui enviada por mis superioras a Bam, un pequeño pueblo al norte de Burkina Faso para unirme a nuestras hermanas que ya trabajaban allí, con la  congregación de Hermanas de Nuestra Señora del Lago. De camino hacia Bam me encontré con un sacerdote que me preguntó si yo creía que esa congregación que nosotras ayudábamos,  tenía futuro. La verdad es que me quedé sorprendida por la pregunta que yo misma no me había hecho y, sin pensarlo, respondí algo parecido a lo que dijo Gamaliel en los Hechos de los Apóstoles: “Si esta obra es de los hombres, se destruirá, pero si es de Dios, seguirá adelante”.  Es cierto que el futuro de la casi recién-nacida congregación era todavía bastante incierto: surgió del deseo de un grupo de muchachas que iban con una misionera laica a llevar el Evangelio a los pueblos. Estas muchachas quisieron dar al Señor toda su vida para este apostolado siendo religiosas, ocupándose de los más pobres. Para ellas, los más pobres de entre los pobres, eran aquellas personas que, además de carecer de lo necesario para llevar una vida digna, carecían de ayuda espiritual ya que en muchos pueblos no había ni sacerdote ni catequista. Allí era donde ellas querían vivir, muy cerca de la gente y viviendo como ella. Pero eran jóvenes iletradas, la obra no tenía ningún recurso y todo estaba por hacer… Mucha gente no creía en esta congregación. El sacerdote que me hizo esa pregunta era el portavoz de lo que pensaban muchos y muchas.
Carmen con una anciana de Delwende, un centro para mujeres expulsadas de su comunidad en Uagadugu (Burkina Faso)
Cuando llegué había ya cuatro hermanas profesas viviendo  en una comunidad situada en un pueblecito no lejos de Bam y ejerciendo el apostolado propio a su carisma. A pesar de la afección que tuve por ellas desde el principio y la alegría que me proporcionaba el trabajar con ellas, viví  lo que se llama “la indiferencia ignaciana”, es decir, esperando saber si la joven congregación era un don del Espíritu para su Iglesia o si con el tiempo y las dificultades, desaparecería. Era una indiferencia tranquila, pacífica, a la espera, pero en el fondo creyendo que la obra había nacido para crecer y desarrollarse.
Nuestra formación debía de ser completa, escolar, espiritual… pero siempre conectando con los valores de su carisma propio. Para mi era muy importante aprovechar todo para inculcarles que ser religiosa entre los pobres, como ellas querían, o en cualquier sitio, no es una promoción, sino un servicio. Ponerse al servicio de los demás como Jesús “que no vino a ser servido sino a servir”. Me dio mucha alegría que después de dejarlas ya autónomas, una de ellas que acababa de terminar su mandato de superiora general me decía: “He tratado de ser muy sencilla, como una más, siguiendo el ejemplo de las Misioneras de Africa”.
Célébration des 50 ans de la congrégation de Notre-Dame du Lac.
Y hoy, la congregación continua creciendo. Obispos de Burkina Faso y de otros países, siguen pidiendo hermanas de Nuestra Señora del Lago para trabajar en sus diócesis. Estas religiosas  no han dudado lo más mínimo en salir de su país para llevar el Evangelio adonde el Señor las llama. Parece que algo se les ha contagiado de las Misioneras de Nuestra Señora de África que les ayudaron tantos años hasta su autonomía.
La congregación de Hermanas de Nuestra Señora del Lago celebró sus bodas de oro el año pasado… Me acuerdo de aquellas palabras de hace muchos años:   “Si la congregación es obra de Dios, seguirá adelante”. 
Carmen García Sedeño, HMNSA

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