Tras la guerra civil que se extendió a todo el Ruanda, tras los asesinatos de su presidente, junto con el de Burundi, más de 2 millones de personas huyeron a los países vecinos: R.D. del Congo, Burundi y Kenia. Las hermanas también tuvimos que huir, a pesar del deseo de algunas de quedarnos con la gente que sufría. Fuimos a Bélgica donde hicimos una sesión para ayudarnos a rehacernos de los traumas vividos las últimas semanas. Después yo continué a España.
Yo quería volver a Africa para ir a trabajar a los campos de refugiados. Lo pedí a las superioras y me lo concedieron. Otras hermanas habían ido también a los campos, pero habían durado muy poco debido a las condiciones tan difíciles.
En julio de 1994 eran ya más de 2 millones los refugiados ruandeses que habían huido de su país. Iban al país más cercano. Numerosos de estos refugiados huyeron al Burundi, un país hermano pero muy pobre. Su presencia masiva y la llegada continua de nuevos refugiados ocasionó muchos problemas al ACNUR ya que grupos armados atacaban los campos para hacer huir a los refugiados.
Cuando a principios de 1995 la situación se estabilizó un poco en Ruanda volví a Butare. Allí pude constatar el saqueo que había sufrido nuestra casa, como la de la mayoría de los hogares de los que habían dejado el país. Todos los días veía a grupos de refugiados que pasaban por Butare, camino del Burundi cercano, distante tan solo unos 30 km. Se quedaban cerca de la frontera, ya que no había nada preparado para ellos. Mi deseo de serles útil aumentaba. Algunos refugiados nos pidieron que fuéramos a Burundi para ayudarles, donde tenían muchas dificultades a causa de los grupos armados que no querían acogerles.

Primero fui yo sola del equipo para ver la situación en un campo de refugiados cerca de Murore, donde había una comunidad de religiosas belgas, que aceptaron que nos alojaramos en su casa. Tenía que avisar al resto del equipo de hermanas si podían venir o no. Estaba contenta de estar allí, pero me preguntaba: “lo he deseado y me lo han concedido, pero ¿qué voy a hacer aquí?” Formabamos parte del equipo mas amplio de JRS y era un campo del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR). En Murore estuvimos solo dos meses porque al llegar numerosas ONGs para ayudar, grupos armados atacaban y espantaban a tiros a los refugiados que tenían que huir de nuevo a zonas más seguras. Lo mismo hacíamos nosotras, aunque normalmente donde estaba el JRS no disparaban.


De camisitas pasamos a vestidos, pantalones de niño, uniformes, vestidos de mujer, etc… Les enseñaba a coser a mano. Coser parece muy inocente, pero poco a poco la costura iba cambiando a las mujeres. La costura les exigía mucha atención para hacer a mano los pespuntes por las líneas que yo había dibujado en su prenda… Mientras cosían no podían pensar en lo mal que les había ido, en lo que había sucedido, en la venganza que planeaban… Están pensando en el vestido, en la puntada que tienen que dar siguiendo la línea. Ya tienen una distracción. Su mentalidad cambia. El coser, es un proyecto, les abre a un futuro diferente, les da esperanza porque están contentas de realizar algo útil, que además les gusta…
Poco a poco iban haciendo prendas para los niños y hasta para sus maridos…. Cuando habían terminado una prenda la vendían. Se sentían útiles y eso les hacia estar orgullosas de ellas mismas, su autoestima crecía y sus maridos les apreciaban y las respetaban. Las que aprendían mas rápido, pasaban a coser a maquina… Así empezamos a hacer uniformes para los chicos y chicas que iban al colegio que los jesuitas tenían en el mismo campo. Cuando las mujeres habían cosido ya varios uniformes iban al mercado para venderlos y como eran de tela nueva y buena eran muy apreciados. Empecé también un taller de punto para hacer jerseys. Hacían también los jerseys de los uniformes.

Viendo lo sencillo que fue organizar el taller de costura, otros se animaron y otros talleres fueron surgiendo. Preguntábamos ¿quien sabe hacer cestos con sisal??? Tarjetas??? El ó la que sabía hacer algo tomaba la iniciativa de decirlo al equipo e iniciaba un nuevo taller. Los hombres empezaron un taller de carpintería. Había otro de cestos de sisal. Yo empecé un taller para los niños para hacer tarjetas postales con corteza de plátano o dibujando. Como ellos no podían salir del campo, los animadores íbamos a buscar los sisales. Ellos luego los golpeaban para sacar las cuerdas y las preparaban para hacer los cestos. Al trabajar juntas, se van conociendo y entablando amistades, o conociéndose mejor aunque procedieran de regiones distintas. Colaboraban entre ellas. Se enseñaban las unas a las otras. A pesar de lo que habían vivido y sufrido, tenían ganas de reír, de estar juntas… En algún rato de descanso, en las fiestas comprábamos buñuelos y se les daba un postre o un café especial para festejar el dia.

El ultimo campo de refugiados en el que estuve en 1997 en el Noroeste del Burundi, más cerca de Ruanda y del Lago del Norte, había 37.000 refugiados.
Los hombres sabían el francés y algunos nos apreciaban mucho . Gracias a vosotros que estais aquí (al equipo de JRS, religiosos y religiosas). Los del país nos decían “no traigáis extranjeros y solo cogían a los burundeses).
Trinidad Castro (HMNSA)
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